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Desde que abriera sus puertas en 1978, Viridiana ha sido y es uno de los grandes comedores capitalinos. Tiene el mérito no solo de haber sobrevivido con la cabeza bien alta a la crisis sufrida por el sector hostelero (que conllevó el cierre y la revisión de muchos clásicos), sino también de haberlo hecho aferrado a una cocina que el propio Abraham García define así: «casera y rotunda, intuitiva y a contratiempo, limpia y de sabores bien marcados, herencia de las vetustas y abolidos fogones.